domingo, 9 de julio de 2017

El poder de las palabras

Ser débil. Ser fuerte. ¿Alguna vez nos hemos planteado por qué nos aferramos tanto a unas simples palabras? ¿Por qué nos importa tanto?

Tal vez no se trate de unas simples palabras, tal vez, tras ellas, se encuentra todo aquello que nos recuerda porqué deberíamos rendirnos; porqué deberíamos volver a levantarnos.

Cuando el dolor es tan grande que te hace sentir minúsculo, débil ante tan devastador sentimiento, sientes que no hay nada en este universo, absolutamente nada que te ayude a soportar tal carga. Nada que te alivie. 

¿Ya no queda nada para ti?

Lo que parece una simple palabra, puede ser aniquiladora de mundos. Mundos que no vemos, vidas enteras donde ni si quiera imaginamos la increíble cantidad de sufrimiento que poco a poco las asola, devorando cualquier rastro de felicidad que encuentra a su paso; una tormenta tan devastadora, que me da pavor simplemente recordar que más de una vez también derrumbó por completo todo mi mundo, con el sufrimiento que ello conlleva.

Y pensamos... ¿Cómo? ¿Cómo detengo esto? ¿Quién vendrá a ayudarme a salir de esta tormenta que no cesa?

Pero, el sonido del poderoso trueno que acompaña a la lluvia torrencial de tu interior no te deja ver más allá de aquellas nubes que ennegrecen todo aquello que un día fuiste; y parece que en dichas nubes, aparte de tu desesperanza, se alberga también tu futuro. Paciente. Esperándote.

Y no nos damos cuenta. No nos damos cuenta de que no necesitamos absolutamente a nada, ni a nadie. Que la única fuerza que necesitamos reside en uno mismo, que no necesitamos ver el sol para poder continuar, pues solo necesitamos comprender que esa tormenta no viene a engullirnos.

Esa, esa tormenta a la que tanto temes; feroz, implacable, oscura. Esa, no es más que el renacer de un mundo nuevo, destructor del anterior, de un mundo que ya no tiene cabida, donde ya no hay lugar para él en tu corazón.

Porque tú mismo eres, y debes ser, esa tormenta. Convertirte en el destructor de todo aquello que construiste, para poder volver a alzarte de nuevo, mucho más fuerte. Porque, aunque creas que la llama de tu corazón está apagada, no es así; vuelve a mirar, y date cuenta de que esa llama está más viva que nunca, ayudándote a renacer de tus cenizas, recordándote que no todo está perdido.

Conviértete en el fénix que forje con su majestuoso fuego ese nuevo mundo sobre el que estarás orgulloso de caminar.