martes, 15 de agosto de 2017

El sapo que siempre quise besar

Existen mil y una historias sobre el amor.




Sobre qué es.




Sobre cómo se siente.




Podrás leer todas y cada una de ellas, y por mucho que lo hagas jamás llegarías a comprender la que viene a continuación. Jamás, pues para ello deberías estar en la piel de la persona que lo narra, esa misma persona que lo vive con pasión y que ahora mismo disfruta de este pequeño tiempo que le lleva transcribirla a este diminuto rincón.




Aunque, puede ser, que si tú que estás leyendo esto eres la persona adecuada, puedas llegar a saber lo que es; porque ahora eres parte de mí, y tú y yo somos las dos últimas piezas que conforman el final de ese puzle compuesto de un millón de trozos que es la vida, completándolo y dándole un sentido.




Porque es verdad, me consume la oscuridad, nací con ella y me toma de la mano cada día de mi vida. Pero ahora mi otra mano la sostienes tú, y lo más importante de ello es que nunca la sueltas. Desde que la hiciste tuya, jamás decidiste separarla de tu lado; sin embargo, la oscuridad de vez en cuando me abandona, incluso me atreveré a decir que a veces soy yo la que la abandona a ella. Por ello, por mucha oscuridad que pueda formarse a mi alrededor, por mucho que se extienda esta infección que me envenena, no vencerá, pues tu jamás me dejarás caer en ella.




Si bien no hay nada claro respecto a ese dichoso sentido que buscamos continuamente hacia la vida, si bien es todo una duda infinita que parece no obtener respuesta, yo hoy lo tengo más que claro. Pero no nos confundamos, no es un sentido compartido, no es la respuesta definitiva; es el sentido que tiene para mí, el sentido que tú le das a mi vida, y es que tú eres la personificación de dicho enigma.




Porque el sentido de mi vida es estar a tu lado: ayer, hoy, y siempre.




No sé si alguna vez llegué a coronarme princesa de un gran cuento. Es posible que lo hiciera sí, pero de fantasías absurdas y pletóricas sandeces. Esto es diferente, esto es un cuento real, uno de carne y hueso; aquel que si lo arañas sangra, y que si lo acaricias se estremece. Un cuento como la vida misma, uno cuyas heridas y cicatrices forjaran con determinación y esfuerzo un futuro digno de ser leído. También habrán hermosas flores, flores que sin remedio algún día arderán; pero lo harán solo para volver a resurgir de sus raíces, cada vez más profundas y más fuertes.




Porque esta princesa ya no cree en las hadas.




Porque, esta princesa, por fin ha besado al sapo que siempre quiso besar.














lunes, 7 de agosto de 2017

El Final de la Última Batalla

Odio,

 Rabia,

Ira.

Todos y cada uno de ellos tienen algo en común: son sentimientos muy poderosos, y son los mayores tiranos que gobiernan en mi cabeza. Su poder es tan grande, que no hay voz de la razón que los apacigüe, los dome, ni si quiera que consiga calmarlos un instante.

Son impasibles, se retuercen desde las entrañas y se abren paso hasta mis 5 sentidos, convirtiendo todo lo que canalizan en pura rabia y desesperación. Mi corazón se vuelve tan oscuro, que tengo miedo de que un día no recupere su color.

Tal vez me gusta pensar que la felicidad, el amor o la compasión son los sentimientos más poderosos del alma, me siento bien y encuentro cobijo y consuelo en esos pensamientos cargados de positividad y esperanza;

pero es todo una gran mentira.

Me gusta pensar que es así, porque prefiero aferrarme a algo en lo que no creo con tal de no sucumbir, de no dejarme arrastrar por los demonios que quieren ahogarme en el barro y quedar totalmente enterrada bajo el yugo de mi mayor tormento.

Pero, en el fondo yo sé la verdad, y la verdad es que el sentimiento más poderoso del alma, es el odio. No hay luz suficientemente brillante que sea capaz de iluminar tanta oscuridad, ni hay medicina bastante buena como para curar tal devastadora enfermedad. Es la metástasis más devastadora del cuerpo y de la mente.

Es común en mi encontrarme librando batallas permanentes contra la tristeza, el odio, la ira, la rabia, la desesperanza, la desilusión, incluso esa autodestrucción que cada vez gana más fuerza. Sé bien, que aunque siguen siendo muchas las batallas, ya no son tantas como antaño; aún así, eso no lo hace más fácil, pues cada vez son más pesadas y más duras de ganar.

Tras tantos años de interminables guerras, una cosa me ha quedado clara, y es que así será mi vida hasta el día de mi muerte. Cuando llegue ese día en el que concluya la única batalla que todos estamos destinados a perder, será cuando consiga la paz que llevo persiguiendo desde que tengo uso de razón.

Incluso a veces tal vez, y solo tal vez, piense en adelantar el final de esa batalla.

Porque a veces no lo soporto más.

Porque, a veces, solo quiero que el dolor duerma y no se despierte nunca jamás.