lunes, 18 de abril de 2022

Sin Oxígeno

Son tantas cosas las que me gustaría decir, tantas, que las palabras aturullan mi cabeza como un remolino de agua dulce y agua salada que ahoga cada una de ellas en la garganta sin ser capaz de emitir sonido alguno.

Buscan una salida invisible con un desorden tan estruendoso que no soy capaz de colocarlas en un sentido lógico para poder dibujar una puerta y dejarlas volar libres.

El corazón galopa despacio, pero lo hace con una fuerza que hacía ya tiempo que me era desconocida. Quiere también dibujar una puerta por la que poder escapar y llegar hasta ese destino que con recelo mantengo guardado en las profundidades más recónditas de mi alma.

He dejado atrás la mar para adentrarme de lleno en un bosque cuya densa niebla solo me permite tantear el camino a seguir. Casi a ciegas, trato de dar pasos lentos, firmes y seguros, pero la espesura provoca que me tambalee y tropiecen así mis pies.

Sin llegar a caer, pero a trompicones, continúo hasta llegar al pie de una alta montaña. Alzo la vista y trato de desvelar la cima, pero tímida se esconde entre unas nubes blancas, tan esponjosas que parecen algodón de azúcar. Apetecible, comienzo a subir sin importarme lo dura que será la travesía, tan solo quiero llegar y ver lo que esa cima esconde para mí.

Por suerte, la bruma que engullía mis sentidos se ha quedado rezagada entre los últimos árboles que perfilan el bosque. Ahora que mis ojos pueden ver más allá de lo que mi mano pudiera alcanzar, no parece que vaya a facilitar el camino que se traza ante mí. El terreno es inestable e impredecible, a veces me encuentro rodeada de un paisaje verde y lleno de vida, donde el olor de las flores me alienta a descansar cuerpo y alma; pero, otras veces, aparezco de repente ante un sendero afligido, donde la hierba muere y las flores marchitas solo son un reflejo de todo aquello que en su día fueron. 

Parece imposible que ambos escenarios tengan lugar en la misma cordillera, parece una ilusión interminable e infinita donde los dos van cambiando e incluso se entrelazan formando nuevos decorados donde seguir bailando esta canción que no cesa de sonar en mi interior. 

El miedo se apodera de mí, y las dudas crecen como espinas clavándose en lo más profundo de mi ser, sin tener claro cómo proceder. ¿Debería volver sobre mis pasos? ¿De verdad quiero descubrir lo que me depara tras esa corona de nubes blancas?

En parte agotada, y en parte más llena de vida que nunca, sigo avanzando sin dejarme abatir por el miedo.

A un paso de mi ansiado destino, ante mi, de nuevo la espesa niebla. La atravieso sin demora, y esta vez totalmente a ciegas tropiezo hacia el abismo tras resbalar con la piedra más grande de todo el monte. 

Cierro los ojos.

Tras una breve espera, vuelvo a abrirlos de nuevo. Aún sin poder ver nada, noto cómo una mano agarra la mía con fuerza, sujetándome. Ese pequeño gran gesto es lo único que me separa de una caída larga y dolorosa, y no puedo evitar preguntarme qué está pasando.

No sé quién eres, no sé dónde estoy ni cómo he llegado hasta aquí, lo único que sé con certeza ahora mismo es que lo único que necesito es que seas tú quién sostenga mi mano, y no me deje caer.

Con un suave roce me acariciaste, y ahora con fuerza me elevas y me ayudas a llegar al pico más alto de esta misteriosa ladera.

Y me abraza el sol.

Un sol que emerge dando paso a un nuevo día. Un amanecer sobre esta cima en la que un solo beso ha sido capaz de robarme todo el oxígeno que me quedaba para poder sobrevivir.

Y sonrío, sonrío porque en esta cima reposa ahora todo lo que tengo, todo lo que soy. Así como la noche da paso al día en un bucle infinito ahora estoy atrapada entre los surcos de tu morada.

Sin pretenderlo, sin tan siquiera imaginarlo, con mi último aliento me has robado todo lo que me quedaba.