miércoles, 20 de noviembre de 2019

Bienvenida a Casa

Bienvenida a casa, madre.

Bienvenida a casa, hermana.

Bienvenida a casa, hija.



Madre, tú me llevaste en el seno de tu vientre y me otorgaste gran parte de tus dones, regalándome tu fuerza y tu sabiduría, maldiciéndome a la par con tu debilidad y desconcierto.

Hermana, tú creciste junto a mí, me acompañaste durante toda mi infancia jugando conmigo a dragones y mazmorras; en mi adolescencia, recordándome que siempre estarías a mi lado, como hace una buena hermana mayor; y gran parte de mi juventud, en la que a pasos intermitentes, volvías para preguntarme qué tal iba todo.

Hija, hoy mis brazos en forma de cuna te mecen entre fría seda y confortable algodón, acurrucada en mi pecho, nos movemos juntas entre el delicado vaivén que dibujan mis alas al sostenerte y el ligero bailoteo torpe que brota de mis pies, siempre tan inquietos e inseguros.

Llevo toda mi vida enterrada entre esa fría seda que se esconde a través del mullido y acogedor algodón, donde el devenir de mi existencia pendía del fino recorrido que surcaban tus extremidades mientras me acunabas, donde no podía moverme, donde ni tan siquiera podía llegar a respirar por mí misma. La dulce nana que sostenía el viento no era más que tu vil aliento respirando fuerte en mi garganta, enseñándome a inspirar el único oxígeno que yo conocía.

Tú, que primero fuiste madre.
Tú, que después fuiste hermana.
Tú, la misma que hoy es mi hija, la misma a la que ahora enseño todo lo que me mostraste, a la que le doy mi fuerza y mi sabiduría, pero sobretodo, a la que le doy mi debilidad y desconcierto.

Porque no quiero nada de esto. Porque quiero que cojas todo lo que me diste, y te lo lleves lejos, donde nunca pueda llegar a encontrarlo. Aférrate a ello y márchate a lugares imposibles y recónditos, aférrate como yo me aferré a ti tantos años, aprendiendo cada palabra de tu doctrina y usándola como excusa para no querer ver más allá.

Te lo doy todo, todo lo que soy, todo lo que tengo, cada pedacito de mi diminuto ser te pertenece.

Llévatelo lejos, y traeme un aliento nuevo; porque sé que te irás, como también sé que volverás.

Por ello, te suplico, porta este corazón maldito allá donde puedas curarlo. Deshazte de la desazón que carga sobre sus músculos y de la oscuridad que lo envuelve; guíalo una vez más hacia senderos cuyos rosales no entretejen espinas, pues cuando lo traigas de nuevo las zarzas que dejó en su lugar harán de él un pozo cuyo fondo convertirá todo lo que se hunde en su interior en el lodo que ha acumulado todos estos años.



Bienvenida seas soledad, para llevarte de mí lo que más odio, una vez más.