domingo, 16 de agosto de 2020

La Pipa Amarga

 Por mucho que intentemos esquivarla, la pipa amarga siempre encuentra nuestro paladar.

Tratamos de detectarla antes de dar el bocado definitivo, ese que convertirá toda nuestra boca en un cementerio de sabor a ceniza. A veces tenemos suerte y antes de hincar el diente nuestra lengua se percata y envía una señal de alarma a nuestro cerebro que nos induce en un estado de alerta y nos impide hacer uso de nuestras mandíbulas para triturar esa cápsula de cianuro.

Extraerla a tiempo no garantiza un resultado 100% efectivo, los residuos depositados por esa bomba de relojería pueden dejar un pequeño rastro amargo en nuestra cavidad bucal.

Sin duda una opción infinitamente mejor comparada con la alternativa, una explosión de alquitrán con textura polvorosa que saturará cada una de tus papilas gustativas y desencadenará una serie de contramedidas inútiles a la par que desastrosas. Tratarás de suavizar esa nube de humo negro en tu garganta a toda costa; intentarás ahogarla con todo un mar de posibilidades, cualquier sustancia líquida digerible a tu alcance será una opción más que viable ante situación tan desesperada, así como la ingesta acelerada y desmedida del resto de semillas, esperando que su caparazón recubierto de roca salada apacigüe el tormento de tal amargura.

Colocarás todo tu empeño y esperanzas en una misión ya de primeras imposible de cumplir. 

Tal vez, y solo tal vez, consigas amedrentar levemente a ese ser maligno que baila libremente entre tus fauces; es posible, que incluso parezca haber desaparecido. Podría haberse visto arrastrado por el río cuyo cauce desembocó en tu vientre, o quizás sus artimañas quedaron sepultadas bajo el resto de sabores con los que trataste de despistarlo. 

Pero en el fondo, sabes que aún sigue ahí, pues a pesar de todos tus esfuerzos siempre quedará un trocito de ese fruto podrido oculto tras los surcos huecos situados entre tus dientes, una sensación molesta y persistente cuyo origen te resultará imposible de hallar y por consecuente de eliminar.

Porque, por mucho que intentemos esquivarla, la pipa amarga siempre encontrará nuestro paladar.




lunes, 3 de agosto de 2020

Entre la Espuma

Maltrecha. Arrojada a ésta falsa comodidad que asumo como mía. Acurrucada entre lazos de plástico, hierro, y descosidos hilos. 

Una música hueca, muda y sorda acompañan el compás de mi cabeza. Sopla el viento a través del molino que canta guiado por su cauce eléctrico, mientras la única fuente de luz que ilumina ésta matriz queda disimulada bajo una vestidura semi-opaca, creando una atmósfera más confortable. 

Más desesperada. 

Más mía

He dejado de ser yo. He dejado éste cuerpo para convertirme poco a poco en un tallo leñoso. Cada extremidad se ramifica y se expande cubriendo todo aquello que encuentra a su paso. Mis pies se han convertido en fuertes raíces, y mis brazos ahora son uno solo. Cada dedo es una rama, y de cada una de ellas emergerán otras más pequeñas, donde sus hojas nacerán solo para morir. Y caer.

¿Qué sentido tiene permanecer en un árbol de ramas secas?

No vale la pena continuar sembrando un campo muerto, es mejor abandonar ésta vida siendo libre, dejando que tu guía sea el viento. Emprender la búsqueda hacia lugares donde el agua fluya pura y la tierra mane vida. 

Un lugar, que es evidente que aquí no encontrarás.

Por más que se ha intentado, tras años de mucho esfuerzo las malas hierbas aún brotan en éstos terrenos. Polvaredas de tierra seca y apelmazada rompen la esperanza de que un día crezca algo de éste suelo. Algo más que maleza.

Para qué allanar el campo si tras el paso de la rastra vuelven a surgir sin control ni mesura todos aquellos hierbajos que tanto esfuerzo me costó retirar. Uno a uno vuelven a su hogar, y aún sigo sin ser capaz de averiguar cómo conseguir que no vuelvan a brotar en ésta tierra, nunca más.

Sopesé la idea de prenderle fuego y acabar de una vez con todo ésto, de dejar tanto lamento y darle fin al problema desde la raíz.

Pero de qué serviría, si mire a donde mire, no encuentro otra cosa que no sea pútrida hierba muerta. Resquicios de algunas flores todavía se ven entre los recovecos que frente a mis ojos forman las ramificaciones que aún se extienden por todo mi ser.

Quedan ya tan pocas, tan pocas... que ya casi ni se alcanzan a ver.

Con los ojos arropados en lágrimas, me despido de mi antigua forma para tornarme uno con la tierra, uno con la emponzoñada ciénaga donde se encuentran enterradas mis raíces, uno con el cielo nocturno que mis extensas y angostas ramas casi pueden alcanzar a tocar.

Viviré por siempre rodeada de fango, una espuma de lodo negro que todo lo consume, que todo lo corrompe. Pero otra cosa os diré, mi pequeña charca de barro es solo mía, soy yo la única que hundirá sus pies en ella, y por nada del mundo permitiré que nada, ni nadie, caiga conmigo.



Cuando a la luna se le escapa una sonrisa, cae la noche en la que renazco poetisa.