lunes, 7 de agosto de 2017

El Final de la Última Batalla

Odio,

 Rabia,

Ira.

Todos y cada uno de ellos tienen algo en común: son sentimientos muy poderosos, y son los mayores tiranos que gobiernan en mi cabeza. Su poder es tan grande, que no hay voz de la razón que los apacigüe, los dome, ni si quiera que consiga calmarlos un instante.

Son impasibles, se retuercen desde las entrañas y se abren paso hasta mis 5 sentidos, convirtiendo todo lo que canalizan en pura rabia y desesperación. Mi corazón se vuelve tan oscuro, que tengo miedo de que un día no recupere su color.

Tal vez me gusta pensar que la felicidad, el amor o la compasión son los sentimientos más poderosos del alma, me siento bien y encuentro cobijo y consuelo en esos pensamientos cargados de positividad y esperanza;

pero es todo una gran mentira.

Me gusta pensar que es así, porque prefiero aferrarme a algo en lo que no creo con tal de no sucumbir, de no dejarme arrastrar por los demonios que quieren ahogarme en el barro y quedar totalmente enterrada bajo el yugo de mi mayor tormento.

Pero, en el fondo yo sé la verdad, y la verdad es que el sentimiento más poderoso del alma, es el odio. No hay luz suficientemente brillante que sea capaz de iluminar tanta oscuridad, ni hay medicina bastante buena como para curar tal devastadora enfermedad. Es la metástasis más devastadora del cuerpo y de la mente.

Es común en mi encontrarme librando batallas permanentes contra la tristeza, el odio, la ira, la rabia, la desesperanza, la desilusión, incluso esa autodestrucción que cada vez gana más fuerza. Sé bien, que aunque siguen siendo muchas las batallas, ya no son tantas como antaño; aún así, eso no lo hace más fácil, pues cada vez son más pesadas y más duras de ganar.

Tras tantos años de interminables guerras, una cosa me ha quedado clara, y es que así será mi vida hasta el día de mi muerte. Cuando llegue ese día en el que concluya la única batalla que todos estamos destinados a perder, será cuando consiga la paz que llevo persiguiendo desde que tengo uso de razón.

Incluso a veces tal vez, y solo tal vez, piense en adelantar el final de esa batalla.

Porque a veces no lo soporto más.

Porque, a veces, solo quiero que el dolor duerma y no se despierte nunca jamás.





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