lunes, 16 de mayo de 2022

La Picadura

 Lo innombrable tiene ese don de querer ser siempre pronunciado.

Intentas esconderlo, cobijarlo al resguardo de toda posible erosión externa sin saber que lo que más corroe el recipiente que lo contiene es el ácido de cada palabra no dicha que va goteando poco a poco, día tras día, en su interior.

Su propio hogar se va transformando pacientemente en su mayor amenaza.

La máscara de hierro que tú mismo te has fabricado se resquebraja, como la cobertura de un dulce que al primer bocado se hace pedazos bajo tu bífida lengua. El óxido comienza a carcomer la pintura con la que con sumo cuidado maquillaste todo resquicio de verdad.

Esa pintura vieja ya no sirve para tratar de encubrir el inevitable deterioro de tu edulcorado y fraudulento imperio construido sobre los restos de tus mayores fracasos.

Y es que, hay veces, que ya casi ni te esfuerzas en seguir tapando los agujeros. Sencillamente dejas que la luz de esa oscuridad traspase pequeños recovecos que como arrugas en la piel ajada han agrietado esta careta.

Es una luz oscura, una luz que hace de todo lo que toca una sinfonía de ecos metálicos, como si una estampida de miles de tubos de acero se precipitaran entre las paredes de tu cabeza. Resuenan, resuenan sin cesar, e incluso cuando el eco parece alejarse, aún se oye en la distancia.

Ruido permanente, ruido inquieto.

Ruido insaciable.

Un escalofrío estremecedor que engulle cada centímetro de decencia que pudiera quedar en alguna esquina de tu corazón.

Picadura que inyectó de forma violenta e inesperada este veneno hambriento que se enreda en mi sangre y cala hondo hasta en el más pequeño hueso. Ponzoña infecta que pervierte todo pensamiento, toda acción, adulterando desde la raíz cualquier chispa de ética y moral que aún quedara dentro de ti.

Qué fácil es, y siempre ha sido, utilizar ese veneno a nuestro favor para señalar agentes externos que nos exculpen de nuestros pecados.

Qué fácil es dejarte encandilar por las promesas del diablo.

Y qué fácil es, tras abandonar la ingenuidad autocomplaciente, abrir los ojos frente al espejo y verte a ti mismo como lo que eres. Ese mismo diablo. Ese mismo veneno.

Y aún es más fácil, si realmente quieres desentrañar toda verdad sobre ti mismo, darte cuenta de que en realidad te deleitas con solo pensar que eres y te encanta ser

El mismísimo diablo.

Y el mismísimo veneno.