Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Era el día en el que iba a cumplir 17 años. Mis amigos me habían preparado una fiesta sorpresa y toda la felicidad posible habitaba en mi pudiéndose notar facilmente en la expresión de mi cara. Todo era perfecto. Los mejores amigos, globos, regalos... no podía pedir más. Cuando me ofrecieron los regalos, fui abriéndolos uno por uno, de menor a mayor tamaño. Por el de mayor tamaño tenía una gran curiosidad, ya que únicamente lo cubría una bolsa de plástico. Por ello, lo dejé para el final.
Por un momento, sentí que su diminuto corazón y el mío conectaron de una manera especial, pues a partir de ese momento siempre se mantuvieron unidos.
Los
primeros días fueron los más dificiles hasta que la pequeña criatura se
acostumbró a mi, pues al principio se asustaba y cada vez que intentaba
cojerla se ponía muy nerviosa y no paraba quieta. Pero los días fueron
pasando, y mi amor hacia ella fue creciendo cada día más y más.
Me
encantaba escuchar como corría en la rueda, ese sonido hacía que me
sintiera feliz porque reflejaba la vida y la vitalidad de mi pequeña.
También me encantaba como en vez de subir por la escalera utilizaba
siempre la rueda. Al princípio siempre se caia, pero con el tiempo cogió
práctica. Era increíble como podía pasarse horas y horas escalando por
toda la jaula sin parar ni un minuto.
Pero
maldita sea cuando tenía que estudiar y con el ruido que hacía no me
dejaba concentrarme. Yo le echaba la bronca, pero me miraba con esa
carita... y me era imposible enfadarme con ella.
Un
día cogió el mal hábito de morder la goma del bebedero, hasta que un
día me la encontré empapada y el bebedero roto. Tuve que comprarle otro,
esta vez era entero de plástico para que no pudiera romperlo. Pero
recuerdo bien como se hacía su camita con el serrín, como se llenaba los
mofletotes de comida cuando le limpiaba la jaula y le ponía su
montoncito de comida casi siempre con un "extra", como un trozo de
lechuga, nueces, pasas, manzana, zanahoria, queso... El queso... le
encantaba el queso, y era monísima cada vez que con sus patitas agarraba
un trocito y poco a poco se lo comía. Su forma de beber agua también me
encantaba, normalmente con los ojitos cerraditos y hecha una bolita. O
su forma de dormir... acurrucadita... O como se peleaba con mis
almohadas, o mis sábanas.
La
primera vez que la vi bostezar me pegué un susto tremendo, aquella
pedazo de bocona que abría no podía ser normal! Y cuando le compré su
bola de ejercicio y corría felizmente por toda la habitación metida en
la bola... dios mío era tan achuchable! Pero a la vez tan pequeñita que
daba miedo achucharla demasiado.
Fui
corriendo a la cocina a por un paño para poder envolverla en él y darle
calorcito, además también de cojer un trocito de lechuga para ver si lo
quería comer. Nada. Simplemente la envolví en el paño, dejando asomar
tan solo su cabecita, y la acomodé entre mis manos para que estuviera
cómoda y calentita. Cada poco iba mirando a ver si respiraba. Parecía
que estaba bien, incluso parecía que iba a mejor, asi que intenté no
preocuparme tanto. Pero cuando eché un último vistazo... comprobé
que tenía los ojos cerrados, no se movía, no respiraba. No podía ser,
tenía que respirar. Tenía que moverse. "Hey, chiquitina... vamos...
despierta..." dije una y otra vez. "Despierta... despierta...
despierta". Silencio. Solo silencio en una habitación que en ese momento
me pareció completamente vacía, en la que recostadita entre mis manos
su pequeño corazoncito dejó de latir. Y la acaricié. Y seguidamente,
lloré. Por supuesto, la enterré. No pronuncié palabra alguna, pues no
hacía falta. Porque yo sabía que, a pesar de que ya no latía, ese
diminuto corazón seguiría unido al mío para siempre.
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Te Quiero Muchísimo Pequeña |
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