lunes, 10 de septiembre de 2012

La historia interminable: Parte I

Todo comenzó en aquella noche, aquella noche en la que decidistes mandarme un "entonces que, te vienes de fiesta???" a través de una pantalla con todo tu entusiasmo, que yo, por supuesto, felizmente contesté. Aquella noche hablamos de tantas cosas, aquella conversación parecía nunca acabar. Después de aquella noche, día tras día nos acompañábamos mutuamente a través de esa misma pantalla, contándonos nuestro presente, pasado, y a veces hablando de un futuro en el que nos viéramos de nuevo, al fin. Juntos compartimos emociones, batallas contra el sueño, sueños aún por cumplir y descubrir. Las emociones y sensaciones transmitidas tras una simple pantalla eran tan grandes, que deseaba que llegara el momento de compartir todo aquello en persona. Y por supuesto, esa día llegó.
Era una tarde de mayo, calurosa, yo corría pues llegaba tarde a nuestro encuentro, y lo último que quería era retrasar aún más ese momento. Llegué, te miré, te di dos besos, sonreí. Nuestra tarde juntos comenzaba. Estaba nerviosa, pero no importó, pues poco a poco los nervios fueron desapareciendo sin que ni siquiera me percatara de ello. Nuestro primer destino, el cine, compramos nuestra entrada, y una vez dentro y sentados, sacastes una bolsa de lacasitos y me la ofrecistes. Mis ojos se iluminaron, él sabía de sobra que me encantaban, los llevó para mi, para darme una sorpresa. Mi sonrisa en aquel momento podría haber iluminado la sala entera, pero con que iluminara sus ojos, a mi me bastaba. 
Tras el cine, la tarde continuó, y fuimos a pasear. Acabamos en un parque, donde sentados en un banco y comiendo chucherías, hablábamos y hablábamos sin parar, como cuando lo hacíamos tras aquella pantalla, solo que esta vez era mucho mejor, porque tu estabas allí, frente a mi.
Las horas pasaban, y llegó el momento de partir hacia un nuevo destino. Nos dirigíamos hacia el concierto de un amigo suyo, y de camino, por supuesto, no parábamos de hacer el tonto. Corríamos, saltábamos, nos empujábamos, pero sobre todo nos reíamos. A la tarde perfecta se le añadía la noche perfecta, y así fue. Tras el concierto, simplemente nos olvidamos de rumbo alguno, y dejamos que nuestros pies decidieran por ellos mismos el destino de nuestra próxima aventura. Como no, las palabras volaban como si no hubiera mañana, los temas de conversación no se acababan, y las horas seguían pasando. Aquella noche parecía ser eterna, eternamente maravillosa, pues me encantaba esa sensación que recorría mi cuerpo al sentir que nunca se acabaría. Nuestro último destino, el castillo de San Fernando. Cuantos recuerdos volaron por mi mente tras visitar aquella antigua reliquia de mi memoria, me sentía feliz, llena de alegría, y a pesar de haber estado toda la noche despierta, la llama de mi cuerpo permanecía encendida, iluminando la noche.
Y cuando alcé mi vista hacia el horizonte, y me percaté de que amanecía, no podía creermelo. Habíamos pasado una tarde y una noche entera juntos, parecía imposible que esa noche eterna estuviera dando paso a la luz de un nuevo día. Y yo, que nunca había visto amanecer, emocionada le ofrecí la opción de verlo juntos. Sin conformarme con una tarde y una noche perfecta, a ello le añadí un amanecer perfecto junto a la persona que más deseaba que estuviera a mi lado en ese momento.
El sol, poco a poco se alzaba en ese cielo que cubierto de nubes nos hizo prácticamente imposible visualizar el nacer del sol exceptuando algunos instantes, pero a mi verdaderamente me parecía el amanecer más maravilloso del mundo, simplemente por el hecho de compartirlo con él.
Y llegó el momento, en el que estando rodeada por sus brazos y cansada de reprimir mis emociones, alcé la vista y fundí mis labios en los suyos. En ese momento, todas las sensaciones que habíamos vivido juntos, desde la primera hasta la última, se mezclaban entre sí para dar paso a sensaciones totalmente nuevas que como si de fuegos artificiales se tratasen explotaban en mi interior haciéndolo rebosar de una felicidad que no era capaz de creerme.
Y por más que quisiera que ese momento fuera eterno, tal y como deseé que esa noche no acabara jamás, finalmente acabó en el portal de mi casa y con un beso como despedida. Una vez finalizada experiencia tan increíble, se repitieron otras, y otras las siguieron. Más amaneceres coronaron nuestras eternas noches, y más besos fueron grabados día tras día y noche tras noche en aquel portal.
Estaba viviendo mi sueño, después de mucho tiempo era realmente feliz perteneciendo a aquel cuento de hadas en el que se había convertido mi vida, aquel cuento que contaba esa historia que parecía interminable, donde él era mi príncipe, y yo la princesa.


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